Lunes 1 de septiembre de 2008
Las consecuencias de la privatización las sufrieron, como siempre, los trabajadores. Una mala decisión política y económica no siempre cuesta sólo dinero. En el caso de Aerolíneas Argentinas también costó vidas. Los accidentes de Lilián Almada y la caída de un avión de Austral en Fray Bentos así lo demuestran. Lilián Almada era una mujer tan bella como eficiente y voluntariosa a la hora de ejercer sus tareas de tripulante de cabina de InterAustral; tenía apenas 28 años y quizá venía pensando que en su casa la esperaba su pequeña hija de tres meses cuando en pleno vuelo otra vez la puerta aquella empezó a golpear violentamente contra sus bordes. ¿Cuántas veces reclamaron por esa puerta que no cerraba bien? ¿Cuántas veces trajinaron con Alicia Castro, la Secretaria General de los Aeronavegantes haciendo el reclamo de aquí para allá en resguardo de los tripulantes y los pasajeros? ¿Cuántas veces se sumó a las marchas y movilizaciones de los sindicatos para exigir la presencia del Estado en resguardo de su línea aérea, de su soberanía, de una elemental seguridad? Pero la puerta no cerraba y mientras sobrevolaban las Altas Cumbres, en las sierras de Córdoba, Lilián puso el cuerpo una vez más para intentar enmendar una parte apenas del daño que produjo el olvido, el vacío, la entrega de ese patrimonio que supo ser ejemplo para el mundo y hoy apelaba a una modesta azafata para cerrar lo imposible.Fue el 9 de agosto de 1995 cuando este accidente provocó la caída y muerte de Lilián Almada.Dos años después, el 10 de octubre de 1997, Carlos Casinelli, dirigente de ATE, abordó un destartalado DC 9 de Austral de regreso de Posadas, en la provincia de Misiones, hacia su querida Buenos Aires. Con él, acomodaron sus cuerpos en los asientos otros 73 pasajeros, más los tripulantes del avión. El temporal acechaba pero el comandante creyó seguramente que estaban las condiciones aptas para emprender el vuelo al Aeroparque Jorge Newbery. Nadie le ordenó lo contrario. El viento fue más fuerte que los instrumentos de prevención de la debilitada y cansada nave. En suelos de Fray Bentos, en costas uruguayas, los pájaros se ahuyentaron para siempre, por respeto a la tragedia. ¿Qué habrá pensado Carlos Casinelli en ese instante? Los que lo conocimos queremos imaginarnos que habrá llevado tranquilidad y paz a quienes pudo hablar y en un segundo habrán pasado por su cabeza los días de lucha junto a su amigo y compañero, Germán Abdala en defensa del Estado, la misma causa que lo había llevado ese día hasta Misiones, a compartir una movilización junto a sus compañeros trabajadores.El recuerdo trae una reflexión que lastima, pero denuncia: si el mercado y sus poderosos mandantes son capaces de hacer caer un país entero ¿por qué no serían capaces de hacer caer un avión o dos o una flota entera?Desde este rostro humano, trágico por cierto, reflejo de una historia impiadosa de abandono y muerte, pero también reflejo de la condición humana de mujeres y hombres que como Lilián y Carlos se ubicaron siempre del lado de la vida, queremos entrar de lleno a ubicar en toda su dimensión el verdadero debate que entraña la voluntad del Gobierno Nacional de recuperar Aerolíneas Argentinas y Austral. Lo hacemos en su honor y en el de todas las víctimas de la desidia privatizadora. El certificado histórico de Aerolíneas Argentinas dice que el cóndor nació para surcar los cielos de la Patria y del mundo entero, con el Decreto 26.099 del 7 de diciembre de 1950, Año del Libertador Gral. Don José de San Martín. Una Empresa del Estado para sumarse decididamente, en tiempos de Perón y Evita, a una época signada por el desarrollo industrial, el crecimiento de una nueva clase obrera, el fortalecimiento de amplios sectores medios, urbanos y rurales y una conciencia de lo nacional como patrimonio indelegable del pueblo.Su comienzo y posterior desarrollo estatal fueron más que auspiciosos. Los datos son elocuentes: se formó con 58 aviones, que cubrían con sus alas lo largo y ancho del país y llegaban a una docena de aeropuertos internacionales. El Estado construyó talleres para responder con herramientas propias a las demandas técnicas de la empresa. Se incorporaron más tarde los jets comerciales más modernos del mundo, lo que opacaba cualquier intento de competencia privada.Veinte años más tarde aferró su vuelo junto a otra empresa argentina con la que mantuvieron el monopolio de nuestras rutas aéreas: Austral Líneas Aéreas.Los datos hablan y dicen que las cuentas de Aerolíneas arrojaban superávit operativo.Eran un orgullo nacional. Pilotos del mundo entero eran becados por sus compañías para entrenarse en la Argentina, con sus simuladores de última generación, con su personal de excelencia profesional. En esa vitalidad la encontró su sentencia de muerte: la Ley 23.696, sancionada por el Congreso nacional el 17 de agosto de 1989, la incluía entre las empresas que el Estado disponía privatizar. Justo ese día tenía que ser. Como si San Martín, Padre de la Patria, volviese a morir. Eran los tiempos de Menem.Y al pasar, otra reflexión: la ola privatizadora aconteció cuando este país aún estaba en pie. Los liberales y sus testaferros de poncho, espuelas y patillas camperas, saquearon nuestros bienes, no nuestras desgracias. Saquearon nuestro patrimonio y aumentaron nuestras soledades y nuestras pobrezas. Es bueno recordarlo para la construcción de esta nueva épica nacional que con sus tropiezos hoy está en marcha, sobre todo para quienes visten de asombrados y escandalizados porque el Estado busca recuperar una empresa al borde de la quiebra. Es la lógica del mercado la que los lleva a semejante desatino. Y hay que decirlo para que sepan incluso fronteras adentro del pensamiento nacional, porque somos nosotros y nadie más que nosotros los que debemos aprender a escribir el nuevo relato que nos demanda la historia. Si no lo hacemos, otros lo harán en nombre nuestro deformando la narración veraz y necesaria para recuperar el camino. O se nos irá la vida, imposibilitados de enhebrar un armónico coro de voces, nacionales, populares, progresistas, democráticas, con los tonos siempre impuros y desafinados de toda obra genuinamente popular. Como son las políticas de un Gobierno que, sin bajar ni de Sierra Maestra ni del Acorazado Potemkin ni de la IV Flota, eligió el camino más difícil pero al fin y a cabo, el más digno. Volvamos al momento en que cayó la pica menemista sobre las alas del cóndor. ¿Se acuerdan quién firmó la sanción de la Ley privatizadora?: Eduardo Alberto Duhalde, el mismo que hoy reaparece ilustrándonos sobre lo “nuevo” en política llevando el manual de Roberto Dromi bajo el brazo. La caída de la empresa fue rápida y dolorosa. Si quisiéramos representar el desguace del Estado en los noventa tendríamos que representarlo con el desguace de Aerolíneas y de un avión posado sobre la costanera porteña a la que se le quita un ala, luego la otra, las ruedas, se desmonta la cabina, se destruye y levanta el techo de la nave, se aflojan todos los tornillos para desmontar los asientos…los carroñeros harían el resto, llevándose hasta las vísceras del cóndor. Muchos argentinos seguirían caminando sin detenerse siquiera a mirar el dantesco festín. Otros, bastantes, con Neustad, Grondona y doña Rosa, aplaudirían el saqueo. Unos pocos, en las sombras, entregarían sus datos bancarios para que le depositen lo adeudado por los servicios prestados. Una voz, muchas voces, se alzarían en medio del desierto: Todos somos Aerolíneas, dirían. Pero no alcanzaron las fuerzas para impedir que el Estado se arrodille y humille como nunca antes en su historia.Ya en manos privadas, Aerolíneas comenzó su degradante empobrecimiento, con aviones obsoletos puestos a remate por Iberia pero traídos a estos cielos como aptos para volar. Si lo pensó, acertó: las dos naves que provocaron la caída de Lilián y aquella otra en Fray Bentos, eran parte de este listado. La política de “cielos abiertos” impulsada desde muy al norte era el intento final de matar definitivamente nuestra soberanía y la renuncia como Estado Nacional a definir de manera autónoma la estrategia de desarrollo aerocomercial. Otra vez los lenguaraces nativos de nuestras pampas salieron a convencernos de la modernidad y beneficios que significaba esta nueva entrega. Ya en tiempos de Fernando De la Rua, el saqueo ahondaría sus garras en la situación de los casi 10.000 trabajadores, imponiendo un llamado Plan Director escrito en Madrid y caracterizado por el recorte brutal del salario y la estabilidad de los aeronáuticos. O se aceptaba el Plan o la empresa cerraba. Fue Cavallo esta vez el que se lavó las manos anunciando, sin rubor alguno, que el gobierno de Fernando, el breve, no se metería en asuntos de competencia privada mientras que la entonces Ministra de Trabajo, hoy representante de la Coalición Cívica de Carrió, Patricia Bullrich, anunciaba (según la investigación magistral realizada por los doctores Roa y Palmeiro) en una conferencia del 30 de mayo de 2001 que “el futuro de Aerolíneas se está contando en horas” y que le quitaría la personería gremial a los sindicatos que no acaten la imposición del Plan Director, con el aumento de la jornada laboral, la disminución del 20 % en los salarios y del 20 % de la planta de trabajadores.El rol del Estado en la tragedia de Aerolíneas consumaba así su segundo gran acto: en el primero, el neo liberal menemista, la entregó por un par de vil monedas y en el neo liberal aliancista, actúo de pelotón cipayo colaborando con los nuevos colonizadores españoles contra los díscolos pilotos, las rebeldes azafatas y los aeronáuticos de tierra en pie de guerra.De allí venimos. No debemos olvidarlo. De allí, de ese desgarro venimos. Por eso ahora el Estado, con sus debilidades, con sus limitaciones, con los defectos que le quieran encontrar, vuelve a recuperar el aleteo de la primera voluntad nacional y popular que posibilitó la construcción de nuestras Aerolíneas Argentinas. Así como el desguace de la empresa debe entenderse en el marco del desguace del Estado, la recuperación de Aerolíneas debe entenderse en el marco de la reconstrucción estatal, de un proyecto de Nación, de la voluntad de unir el territorio, de acortar distancias, de no desatender la suerte y la vida de las 9.000 familias que hoy se siguen sintiendo orgullosos de conformar la familia aeronáutica argentina, de afianzar un modelo socio económico donde regula el Estado en función de un nuevo proyecto de nación y no el mercado que regula para su propio beneficio rentístico y especulador. ¿Se entiende entonces porqué es y debe ser el Estado el que hoy vuelva a ponerse de pie para decir presente?Vale aquí decirlo: el entierro del ALCA en Mar del Plata durante el gobierno de Néstor Kirchner, fue el marco y el preludio estratégico de esta alborada que nos hace volver a Aerolíneas. Lo decimos porque nos desconciertan a veces, prestigiosos y respetados intelectuales que juzgan los hechos políticos y sociales como desde una probeta de laboratorio, segmentadamente, aislándolos del contexto donde se enraízan, y por tanto lo que ellos ven como hechos espasmódicos en realidad son imágenes espejadas, del espasmo de sus propios análisis.El Estado en realidad vuelve a recuperar la capacidad que nunca debió perder. Pero en esta recuperación de la memoria colectiva tampoco debemos ser indiferentes con nosotros mismos como sociedad: a los argentinos nos asaltaron en plena luz del día, sin antifaces, los que nos esquilmaron lo hicieron en nuestro nombre y honor, fueron a elecciones y las ganaron y convencieron a muchos que la historia llegó a su fin. Tardamos en explicarnos porqué lloramos tanto el día que vimos por cadena televisiva, la demolición del edificio Warnes. El inconsciente colectivo nos decía que era el símbolo del Estado nacional lo que tiraban abajo ¿Se acuerdan?De allí venimos. Y aquí estamos ahora, esperando aprobar una ley de orden público, para que, como dijo el Diputado Recalde, “nunca más ningún derecho subjetivo pueda enfrentar una acción del pueblo argentino en recuperación de la soberanía nacional”.Sobre esta impronta que están escribiendo el Gobierno de la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner, los legisladores, la CGT y la CTA, los trabajadores de Aerolíneas, el pueblo argentino todo, es deber de la ciudadanía democrática, construir una nueva correntada que sea para siempre soberana, que nos una y cobije bajo un cielo propio. Y que no importen tanto los matices partidarios cuando el pensamiento se acuna en un mismo regazo, que se llama Argentina.
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