Si debemos
elegir una imagen para mostrar con elocuencia la impotencia que generan los
fracasos en algunas minorías, allí está
el flamante vagón del ferrocarril Sarmiento, vandalizado, saqueado, ensuciado,
ultrajado.
Es uno de
los vagones recién comprados y ya estrenados por decenas de miles de
trabajadores que van y que vienen a diario en un país que hace rato empezó la
recuperación de la dignidad del trabajo y la justicia social.
El fracaso
estrepitoso del paro de este jueves, es el rostro más patético de la decadencia
opositora.
Ávidos por
torcer el rumbo del proyecto de país que nos gobierna, los verdaderos titulares
del poder económico concentrado acudieron nuevamente a los sindicatos “amigos”
para intentar reeditar imágenes de un país y un gobierno vencidos por la
crisis.
Y no
pudieron.
Un paro
efectivo es aquel que conmueve en algún punto, los cimientos sociales de la
moral pública, más allá y más acá del porcentaje de acatamiento; que desestabiliza
el orden del Estado, lo zarandea, lo provoca, lo conmueve, lo hace trastabillar
ante los ojos de todos.
Y nada de
eso ocurrió.
En
consecuencia, el paro fue un fracaso no sólo por su escaso volumen de adhesión,
sino porque no pudo mover el amperímetro de las relaciones de fuerza entre el
polo representado por el gobierno de la presidenta Cristina Fernández de
Kirchner y el de sus más acérrimos
enemigos, que son los fondos buitres y ese poder financiero global que, cual
piromaníaco serial, sigue incendiando las praderas del mundo.
En esa
contradicción sigue afincada la puja principal de estos tiempos. De tal manera
que las fuerzas políticas, empresariales y mediáticas que detentan aquí el
poder de los buitres de afuera, usaron al sindicalismo opositor en beneficio de
sus propios intereses.
Vamos
mejorando: antes usaban los cuarteles.
Situar el
análisis del paro en el marco de la razonabilidad y la legitimidad de los
intereses de la clase trabajadora, es no entender la complejidad de las fuerzas
dispares que confrontan en esta coyuntura nacional e internacional.
No vayamos
por ahí porque le estaríamos errando el vizcachazo.
Tampoco se
trata de la chicana fácil contra una burocracia sindical que, de tan
anacrónica, se ha quedado sin tono muscular siquiera para sostener un pliego de
reclamos laborales.
La decisión
de parar el país no está en las terminales de los sindicatos involucrados, sino
en las guaridas financieras del poder real. Son ellos los que fracasaron. Los
dirigentes sindicales de la oposición, como sus pares partidarios, hace rato que se vaciaron de alma y de sentido. No tienen propuestas
porque no tienen un proyecto de país propio. No brindan alternativas y mucho
menos alternativas superadoras al actual proceso político, porque no tienen
voluntad de pensar por sí mismos. Actúan por reflejo lector. Ni siquiera hace
falta que los llame Magnetto o Paul Singer para bajarles línea. Con sólo leer
los titulares de Clarín o La Nación arman su hoja de ruta para el próximo día.
Como
desarrolló magistralmente el ministro Axel Kicillof en el Consejo de las
Américas ese mismo jueves, la Argentina debate su destino de libre o colonizado
en un mundo en crisis permanente desde el 2008.
Hace mucho
frío afuera. Llueve y graniza. Soplan vientos huracanados de un confín al otro
con la velocidad de un rayo. La desesperanza y el pesimismo están de moda en la
vieja Europa. No hay salidas. No hay vías de escapes. Sólo hay resignación para
seguir alimentando la crisis con más crisis.
Si esto sigue
así, habrá que pensar seriamente en mudarnos de planeta.
Sólo
queremos subrayar que a diferencia de otras épocas doradas, nuestro país no
puede ni debe hacerse los rulos pensando que con su sola voluntad será
suficiente para torcer los términos de intercambio con el mundo. Hay que mirar
y cuidar más que nunca lo que tenemos adentro de nuestras fronteras, no para
aislarnos de nada ni de nadie, sino para fortalecernos en el capital acumulado
por el pueblo y el Estado en estos últimos años.
Miremos sobre
un planisferio la ubicación de Argentina para ubicarnos mejor en el análisis de
perspectiva que estamos proponiendo “para la cartera de la dama y el bolsillo
del caballero”.
Al norte
final del continente y a la derecha de la pantalla, la antigüedad del Atlántico
que nos compraba, que nos esquilmaba, que nos invadía, que nos colonizaba, que
nos vendía baratijas por unas monedas.
Más abajo y
a la izquierda del mapa, el nuevo mundo de la América Latina y el Pacífico que
nos espera para las próximas centurias junto a China, Rusia, India y los países
emergentes.
El temblor
actual se explica justamente por el corrimiento de los océanos en la nueva
distribución del poder mundial.
La Argentina
ya eligió su destino y su lugar es ese mundo que llega.
La oposición,
decíamos, es tan patética que al no comprender estos cambios profundos en el
devenir histórico, descarrila de la historia y en su decadencia hace
descarrilara todos sus vagones.
Allá ellos.
Pero que no se metan con nuestros vagones recién comprados para bienestar del
pueblo.
Atrás de
todo esto asoma otro fracaso aún mayor para el poder colonial: el de los fondos
buitres y el juez Griesa ante el orgullo nacional de la Argentina.
El gobierno
de Cristina logró parar la ofensiva de esos fondos que venían invictos de otras
partes del mundo. Y este no es un dato menor.
¿Somos
conscientes que el gobierno de los argentinos se enfrenta al más malo del
barrio y de la aldea global?
¿Somos conscientes
que venimos de enfrentar al ALCA y a la ominosa deuda externa manejada por los
organismos financieros internacionales tan poderosos como el FMI y plantar
bandera frente al acoso de un default prefabricado como el que sufrimos en el
2001?
Lejos de
dormirnos en los laureles habrá que armarse de convicción y optimismo porque la
patria, cuando amanece, nos precisa alegres y esperanzados.
Habrá que
recordar también, para ajustar las flojeras y evitar la desmemoria, que el
kirchnerismo es hijo del 19 y 20 de diciembre de 2001.
Y que a ese
país ya no queremos volver nunca más.
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