El
kirchnerismo vino a resignificar muchos
contenidos políticos y culturales en la Argentina y en la región.
Después de
tanta sangre derramada en la larga noche de la dictadura y después del vertido de odio que los sectores dominantes
ejercieron y ejercen sobre el cuerpo de esta sociedad, hoy podríamos acuñar una
categoría bautizada por el pueblo en el siglo XXI: el amor es el partero de la
historia.
No es la
violencia ni la crispación constante ni la desesperanza ni la dócil
subordinación al poder financiero, sino el amor. Y esta sí que es una marca registrada
en el orillo del proyecto nacional, popular y democrático.
Si no
hubiese sido así, si el kirchnerismo y su militancia hubiesen respondido con el
“ojo por ojo y diente por diente”, o se hubiesen rendido a los buitres de
adentro y de afuera, este país sería un país inviable e incendiado.
Hay momentos
en la historia que marcan un punto de inflexión en el largo derrotero que
recorren los pueblos. La Argentina vivió una buena parte de esos momentos con
tres magnas muertes: la de Evita, la de Perón y más recientemente, la de Néstor
Kirchner.
La muerte de
Eva Perón fue un cuchillazo de dolor en el corazón de los humildes del que les
costó una vida recuperarse. Inauguramos entonces nuestra condición de huérfanos
de Evita.
La muerte de
Perón, junto al tremendo dolor que causó
en el grueso de la sociedad, provocó una sensación de incertidumbre y vértigo
que muy pronto se demostraría real y atado rigurosamente a las condiciones de
vulnerabilidad en que se encontraba un pueblo al que lo venían acosando los
sables y las metrallas de la dictadura.
La muerte de
Néstor Kirchner, en cambio, fue un aullido de dolor popular pero que anunciaba
al mismo tiempo, el parto definitivo de una nueva generación de jóvenes
decididos a participar de “la causa pública”, como llamaba San Martín a su
gesta libertadora.
No nos
sentimos huérfanos ni tuvimos nauseas por ningún miedo al vacío porque la sola
presencia de Cristina, su entereza, su coraje, su mano firme en el timón del
Estado, su liderazgo, alfombró la entrada a este tiempo de logros colectivos y
donde cualquier acechanza, externa o interna o ambas a la vez, choca con la
certidumbre del hombre de a pie de que
esta vez el país es presidido por gente que tiene convicciones y una Presidenta
que se parece a su pueblo.
Es en este
tramo de la historia que aparece Guido.
Como si
esperara para abrazarse con su abuela que Videla y Massera se hayan ido por los
albañales de un presidio, con cientos de
genocidas presos y juzgados y con un gobierno que hizo de la Memoria, la Verdad
y la Justicia, una política de Estado.
Guido no
apareció en cualquier momento, sino cuando el destino colectivo que escriben
los pueblos silenciosamente, quiso que apareciera.
Y si aquellas muertes magnas que mencionamos
antes marcaron un punto de inflexión, una bisagra histórica, la aparición de Guido
fue un rayo luminoso en el cielo despejado de un país que siempre está
naciendo.
Algo
maravilloso pasó esa tarde y esa noche y se niega a partir de nuestros ojos
llorosos desde entonces.
¿Por qué nos
emociona tanto? ¿Por qué nos conmueve tanto? ¿Por qué nos alegra tanto? ¿Por
qué nos une tanto?
Quizá sean
muchas las razones, pero nos animamos a pensar que quizá la razón principal sea que el Certificado de
Nacimiento de Guido firmado por un pueblo entero ese martes 5 de agosto, es el Certificado de bautismo del
país inclusivo que ha venido a nacer de una vez y para siempre.
Guido es portador
de una noticia reveladora: la dictadura civil y militar ha sido derrotada en el
más sublime y estratégico escenario donde se definen los tramos largos de la
historia de los pueblos, el campo de la batalla cultural. Para decirlo de otro
modo: el abrazo de Guido con su abuela Estela es la victoria popular en esa
batalla.
Decía Roque
Dalton, el poeta salvadoreño, que “el amor es una categoría política”; pues
bien, los que vienen atrás, los que siguen ladrando, tendrán que acostumbrarse
a aceptar que este reencuentro con Guido, como el amor, también es una
categoría política.
Es que si no
lo decimos así, con esta certidumbre de la pasión, corremos el riesgo que algún
distraído se crea que las cosas suceden por que sí, por puro azar.
El día que
Néstor Kirchner descolgó los cuadros, Estela empezó a coleccionar
portarretratos para cuando apareciera su nieto.
Kirchner lo
decía a menudo: “más temprano que tarde Estela y todas las abuelas recuperarán
a los hijos de nuestros compañeros asesinados y desaparecidos”.
Está pasando
nomás.
Y queremos hablar de Laura y de Walmir, los
papás de Guido; es decir, queremos rendir nuestro homenaje a esa generación
diezmada que hoy volvió a tener nombre propio.
Es otro
logro del kirchnerismo: sacarlos del oscurantismo que sembró la dictadura sobre
su memoria. Supieron luchar y traerlo a Perón junto a su pueblo, pero también
supieron aprovechar en apenas 5 horas para infundir el amor en el hijo que
sabían iba a ser secuestrado. Esas 5 horas de amor intenso de Laura con su niño
en brazos le alcanzaron a Guido para encontrar la huella que lo devuelva a su
vientre familiar.
En honor a
Laura y a Walmir y a todos ellos, nació entre llantos, como son los
nacimientos, este pequeño poema para Laura, para nuestra amada Laura.
Lo queremos
compartir como quien levanta el vaso
para brindar por la vida, que de tan poderosa, siempre se impone a la muerte:
"¿Ya
puedo irme a dormir, mamá?" preguntó Laurita.
"¿Verdad que puedo irme a descansar y a curar mis heridas y a seguir volando con mis compañeros?"
"Fíjate que haya comido bien, mamá y que no se descuide con el abrigo", recomendó Laurita.
"¿Hizo todas las tareas de la escuela? ayúdalo mamá”
Dormí Laurita, compañerita Laura, amada montonera, amada compañera peronista, amada revolucionaria, ahora podes descansar y volar y cantar y seguir soñando.
Guido, tu Guido, ya está con nosotros, en el mismo regazo que acunó tu infancia.
Avísale a Walmir para que esté tranquilo y a todos los compañeros que andan por allá.
Amada Laura...
"¿Verdad que puedo irme a descansar y a curar mis heridas y a seguir volando con mis compañeros?"
"Fíjate que haya comido bien, mamá y que no se descuide con el abrigo", recomendó Laurita.
"¿Hizo todas las tareas de la escuela? ayúdalo mamá”
Dormí Laurita, compañerita Laura, amada montonera, amada compañera peronista, amada revolucionaria, ahora podes descansar y volar y cantar y seguir soñando.
Guido, tu Guido, ya está con nosotros, en el mismo regazo que acunó tu infancia.
Avísale a Walmir para que esté tranquilo y a todos los compañeros que andan por allá.
Amada Laura...
Miradas al
Sur, domingo 10 de agosto de 2014
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