Cuando fueron gobierno, los
opositores decían que no se podía gobernar ni acordar ni vivir ni comer ni
respirar si no estaba presente el FMI para certificarlo.
Son los socios fundadores del club de
la dependencia.
La sonrisa del ministro Axel
Kicillof, que pertenece a un club muy distinto, es la mejor respuesta a
semejante mediocridad cultural y política.
Asistimos al final del ciclo
neoliberal en este lado oculto del planeta.
La hegemonía, como categoría
política, ya no la ejercen los que siempre la ejercieron. Si así fuera, nada de
lo hecho en estos años hubiese sido posible.
Kicillof demostró explícitamente que
es posible negociar en clave de soberanía e independencia económica. Y es por
eso que los cipayos se desbocan de rabia en los días que corren.
Igual que los fondos buitres, hubiesen
preferido que no haya acuerdo y así tenían letra para seguir disparando aquí y
afuera contra el gobierno de Cristina.
Pero el kirchnerismo sorprende a
propios y extraños, como si estuviera siempre en la víspera de algo nuevo.
Cuando crees que lo mejor ya pasó,
que la década ganada es una cucarda bonita para lucirla orgulloso en cada
fiesta patria y que nadie hizo más que este gobierno por los sectores
populares, una nueva noticia te despabila y te aclara que el kirchnerismo es
sólo el instrumento del país que aún está por venir.
Que nadie se duerma antes que llegue
el día.
Estamos pensando y hablando, claro
está, alentados por el acuerdo reciente con el Club de París y por la
invitación a participar de la próxima cumbre de los países del BRICS.
Siguiendo este razonamiento, el
kirchnerismo claramente no es la clausura de un tiempo superado, sino la llave
que abre un tiempo que se llama futuro y que tiene la rara magia de habitar en
el presente para ayudarnos a vislumbrar las asignaturas pendientes que restan
por saldar.
Sumemos aquí la Plaza de Mayo
desbordada de pueblo el 25 de Mayo último y las consignas cantadas y la palabra
de Cristina resonando en los oídos de los más jóvenes, compartiendo un
aprendizaje doloroso de los más veteranos: puede haber pueblo sin revolución,
pero jamás habrá revolución sin pueblo.
Así, de este modo tan luminoso como
agitado, está dando comienzo una segunda década por ganar; ganando en patria y
en soberanía, es decir, ganando en más inclusión social.
Salimos del infierno, diría Néstor
Kirchner, pero estamos lejos del paraíso soñado.
La sociedad argentina debería evaluar
lo realizado en estos años y el camino propuesto hacia adelante para sostener
lo logrado y avanzar en consecuencia.
¿Vamos bien por acá? ¿Es el camino
correcto el que traza Cristina? ¿O hay que cambiar de rumbo y liderazgo? Y si
así fuera ¿dónde está la alternativa posible para construir? ¿Y dónde están los
liderazgos del recambio de gestión que se avecina?
Serían algunas de las preguntas más
pertinentes para la ocasión.
No vamos a repetir lo que seguramente
se dirá en estos días sobre las consecuencias económicas y políticas más que
positivas de nuestra cercanía al BRICS y de la sagaz y patriótica resolución lograda
por el ministro Axel Kicillof y su equipo económico con el Club de París. Pero
sí queremos subrayar que ambos logros sólo fueron posibles porque la Argentina
cuenta desde que arrancó este proceso político en 2003 con “un proyecto de
país, de Nación, un modelo de sociedad” como bien describía la presidenta
Cristina Fernández de Kirchner el 30 de marzo de 2011 inaugurando el ciclo
lectivo de la Universidad Nacional de Avellaneda.
No son espasmos de gloria en un
desierto de ideas.
No son regalos de los cielos del sur
ahora que los cielos del hemisferio norte están nublados y tormentosos.
Es que el mundo está cambiando
vertiginosamente y la Argentina, que protagoniza activamente ese cambio, eligió
ubicarse en el continente futuro del planeta. Y eso fue posible hacerlo porque hay un proyecto de
nación y porque la política que emana desde el estado y el movimiento popular
que gobierna, es la política que se corresponde con esta etapa; por eso estos
logros que conmueven las viejas y perimidas estructuras
del poder, son posibles hoy.
La oposición hizo lo suyo para quedar
en las antípodas de esta historia en pleno desarrollo.
Hoy se muestran divididos ante la noticia,
pero fueron los opositores, menemistas y delarruistas ayer, massistas y radicales
del Faunen hoy, los que provocaron la feroz deuda externa que hoy se sigue
saldando con las medidas adoptadas por el gobierno nacional.
Lejos de autocriticarse o al menos
llamarse al recato y al pudor, algunos bajan línea del lado de los buitres.
No vayamos muy lejos para
comprobarlo. El economista neoliberal José Luis Esper afirmó el pasado 22 de
enero de este año a raíz de declaraciones realizadas por el ministro Kicillof
sobre la deuda pública: “No tienen nada, es puro humo”.
Y el jefe opositor del radicalismo,
Ernesto Sanz, declaró un día después ante el diario Clarín que “la economía
sufre la impericia política del gobierno; un ejemplo es Kicillof con el Club de
París que generó ciertas expectativas que no llenó”.
Es deseable que no se ahoguen
tragando tanto humo.
El
mundo está cambiando y esa oposición decidió quedarse en el continente
pasado del planeta reconfigurado. Por eso piensa con la cabeza del antiguo amo,
mira con los ojos del FMI y de los fondos buitres y lee cual si fuera el
Antiguo Testamento lo que dicta Magnetto en ese grupo que fue.
Hay que entender el mundo en clave
pos-neoliberal y pos-hegemonía de la potencia dominante durante más de un siglo, los EE.UU.
Seguirán habiendo imperialistas y
neoliberales, qué dudas caben. Pero no habrá más hegemonía de los campos
magnéticos y de destrucción masiva que ellos manejaban a su antojo. Esa
realidad es la que entendieron en este lugar del mundo y antes que ningún otro
político, Néstor y Cristina.
Ver la jugada cinco segundos antes
que el resto de los jugadores, hace la diferencia.
Sobre estas victorias se asienta
nuestro futuro colectivo y el de este club de todos y todas; el Club de Axel Kicillof.
Y ojo al piojo con dormirse.
Miradas al Sur, domingo 1 de junio de 2014
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