La fragmentación del pensamiento sucede a la del Estado y la sociedad, víctimas de la política neoliberal que concentró el capital y fragmentó el movimiento popular.
Hoy la balacera mediática continúa con la misma estrategia. Hacen terrorismo comunicacional con el pesimismo y la desconfianza. “Nos quieren ver tristes”, dice Jauretche.
Una primera respuesta es comprender y difundir las decisiones políticas y económicas del Gobierno de Cristina Fernández de Kirchner de una manera coherente y abarcadora. Porque no es cierto que sean medidas aisladas y obligadas por la crisis internacional, como proclaman los escribas del poder y algún perro en cancha de bochas.
Están en la génesis del proyecto nacional y popular que gobierna desde el 2003. Son parte indisoluble del modelo de desarrollo con inclusión social. Más obras públicas, más empleo, más institucionalidad con el Ministerio de la Producción y la decisiva participación del Congreso, más fortalecimiento de nuestros vínculos comerciales con América Latina, África, China, Rusia. Todo en su medida y armoniosamente.
Así se entiende el keynesianismo en este lugar del mundo, construyendo sobre las ruinas que dejaron los que gobernaron este país y que hoy vuelven a las pantallas cual si fueran sabios de la tribu, como Cavallo, Menem, López Murphy o Duhalde. Nos salvamos de ver a De la Rúa porque duerme y a Carrió porque adelantó el verano en Punta del Este.
Mauricio Macri, hace keynesianismo al revés, demoliendo calles y lugares históricos. Alguien tiene que parar tanta locura. Está bombardeando Buenos Aires y a punto de hacer polvo el cine El Plata, el “Cinema Paradiso” del popular barrio de Mataderos. Le resultará insoportable que haya una obra tan majestuosa, sostenida por los vecinos, nutrida de cultura y encima edificada en 1945, el año que los trabajadores y el pueblo fundaron, sobre los adoquines que hoy nos roban, una patria justa, libre y soberana.
La crisis del sistema demuestra que el dinero no se multiplica infinitamente. La política tampoco debería reproducirse eternamente con gerentes politiqueros. Sería bueno que los nuevos keynesianos, esos tipos que hacen cosas por la comunidad, que trabajan, que militan, que se embarran todos los días por solidaridad, sean los que hoy dignifiquen la política como la herramienta más bella que tienen los pueblos para cambiar su destino.
Un día de estos tendríamos que invitar a Keynes a tomar unos mates en el local del barrio.
(Publicado en Miradas al Sur, 30/11/08)
Hoy la balacera mediática continúa con la misma estrategia. Hacen terrorismo comunicacional con el pesimismo y la desconfianza. “Nos quieren ver tristes”, dice Jauretche.
Una primera respuesta es comprender y difundir las decisiones políticas y económicas del Gobierno de Cristina Fernández de Kirchner de una manera coherente y abarcadora. Porque no es cierto que sean medidas aisladas y obligadas por la crisis internacional, como proclaman los escribas del poder y algún perro en cancha de bochas.
Están en la génesis del proyecto nacional y popular que gobierna desde el 2003. Son parte indisoluble del modelo de desarrollo con inclusión social. Más obras públicas, más empleo, más institucionalidad con el Ministerio de la Producción y la decisiva participación del Congreso, más fortalecimiento de nuestros vínculos comerciales con América Latina, África, China, Rusia. Todo en su medida y armoniosamente.
Así se entiende el keynesianismo en este lugar del mundo, construyendo sobre las ruinas que dejaron los que gobernaron este país y que hoy vuelven a las pantallas cual si fueran sabios de la tribu, como Cavallo, Menem, López Murphy o Duhalde. Nos salvamos de ver a De la Rúa porque duerme y a Carrió porque adelantó el verano en Punta del Este.
Mauricio Macri, hace keynesianismo al revés, demoliendo calles y lugares históricos. Alguien tiene que parar tanta locura. Está bombardeando Buenos Aires y a punto de hacer polvo el cine El Plata, el “Cinema Paradiso” del popular barrio de Mataderos. Le resultará insoportable que haya una obra tan majestuosa, sostenida por los vecinos, nutrida de cultura y encima edificada en 1945, el año que los trabajadores y el pueblo fundaron, sobre los adoquines que hoy nos roban, una patria justa, libre y soberana.
La crisis del sistema demuestra que el dinero no se multiplica infinitamente. La política tampoco debería reproducirse eternamente con gerentes politiqueros. Sería bueno que los nuevos keynesianos, esos tipos que hacen cosas por la comunidad, que trabajan, que militan, que se embarran todos los días por solidaridad, sean los que hoy dignifiquen la política como la herramienta más bella que tienen los pueblos para cambiar su destino.
Un día de estos tendríamos que invitar a Keynes a tomar unos mates en el local del barrio.
(Publicado en Miradas al Sur, 30/11/08)
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