jueves, 16 de octubre de 2008

EL TIEMPO QUE VENDRÁ

Vamos a intentar el abordaje a un horizonte posible para el país. Misión imposible, dirán algunos por el temblor de las placas tectónicas del capitalismo dominante. Pero cuando hay un proyecto de país soberano en desarrollo, es posible el desafío; por eso empecemos por caracterizar el lugar de donde partimos. Sabiendo el punto de partida, es factible predecir el lugar de llegada.
En los días que corren advertimos cómo en su estampida, el capitalismo financiero se refugia en las faldas del Estado para salvar lo que pueda de su pellejo. En el trance, abandona a su suerte los principios que justificaron su paso por la vida terrena en pos de la mayor y más rápida ganancia posible: el libre mercado y sus circunstancias.
Condenado a sus orígenes, el capitalismo se ve obligado a retomar su génesis creadora de trabajo y producción so pena de sucumbir desnudo o con ropas prestadas por los siglos de los siglos. Aprendió en pocos días que el dinero se reproduce en dinero una, dos, tres veces, pero al final termina inevitablemente en un infarto masivo de neoliberalismo salvaje.
Ya nada volverá a ser lo que fue en las doradas colinas de la gran ciudad.
Desde nuestro lugar de humildes hacedores pueblerinos, abriremos todas las puertas y las ventanas para anunciar al mundo:
Somos libres. Nos quedamos sin certezas.
Protagonistas o meros testigos del siglo XX, asistimos al entierro de las dos grandes certezas que hicieron mover la rueda de la historia en el devenir de nuestros días: el comunismo soviético y el capitalismo neo liberal.
Las armaduras de las Cruzadas de la Inquisición feudal, trocaron en los modernos blindados del dogma por el que cada uno optaba. Terminaron ambos derrumbados, vacíos de nación y de pueblo. Con el derrumbe del último Muro, termina el siglo expirando un último aliento cuando el calendario dice que es el año 2008 después de Cristo.
Para ser más claro aún: el Siglo XXI acaba de nacer. Y a diferencia de etapas anteriores, las certezas centenarias que mueren no son reemplazadas automáticamente por otras nuevas sino por flamantes incertidumbres que se ponen rápidamente de pie para alumbrarse el porvenir aprendiendo de las huellas que dejamos atrás.
Así, el Estado sacude su modorra y echa a andar los nuevos tiempos, desplegando sus velas. Sabe que deberá lidiar con lo nuevo y reagrupa sus flancos para no defraudar al público al que se debe. Sabe del hambriento y del desolado, del que nada tiene por perder y sabe del naufragio de identidades que se volvieron sepia de tanto esperar.
Pero sabe también que no está en completa libertad para acometer fácilmente la nueva y vieja empresa que le dio sus cimientos en el origen de los tiempos. Su edificio está lleno de intrusos que lo amarran y lo obligan a seguir sirviendo sólo a quienes se apropiaron de todas las riquezas, que inventaron bancos y fondos de inversión que no se constituyeron como engranajes de la producción genuina sino como grandes casinos donde las monedas se auto reproducían para llenar las arcas y los bolsillos de unos pocos. Son los próceres de la pos modernidad, con islas propias, aviones privados, yates cubiertos con piezas de orfebrería, rentistas siempre bronceados que fueron maestros en el arte de la ganancia fácil y del narcisismo lucrativo, los que hoy son rescatados por el magno instrumento social, el Estado. George W. Bush está demostrando que lo demonizaron antes para poder valerse de él, ellos y sólo ellos. “En caso de colapso, rompa el vidrio”, letrero posiblemente acuñado en el fondo de sus cajas de caudales, cubriendo la alarma que los conecta directamente con el despacho presidencial en la Casa Blanca. Borraron con el codo lo que decían públicamente en la prehistoria del Consenso de Whasington para meter los garfios de la más vil piratería en las arcas del Estado con un plan de salvataje a favor, principalmente, de los que más tienen.
Es el contexto de este tiempo de final de fiesta. Se acabó el jolgorio.
En el medio del caos que tiene su núcleo de tormenta en el mismísimo Wall Street, habrá alguno que sensatamente, aunque tarde, se haya lamentado “¿porqué no aprendimos de la Argentina?”.
Académicos liberales, de distinto cuño y partido, enseñaron con una mueca soberbia durante años que “primero hay que observar lo que pasa en el mundo para saber qué hacer en la Argentina”. Desde ahora ya sabrán corregirse con un lema más rudimentario pero probadamente cierto: “hay que mirar la Argentina para ver cómo termina el mundo”
Fueron los muchachos del FMI los que calificaron al país del menemismo que supimos padecer en los noventa, como el alumno ejemplar de sus recetas financieras. Así terminamos en diciembre del 2001 anunciando el desastre de ese modelo de capitalismo y no nos escucharon. Ahora ya saben, si quieren salir de ésta, deberían poner las barbas en remojo y mirar un poco lo que estamos haciendo después de nuestra caída, más precisamente desde el 2003. Creemos más que nunca en la libre autodeterminación de los pueblos mientras otros creyeron en la libre autodeterminación de los mercados y la timba financiera. Es la brecha que separa la gloria de la cárcel. El pájaro del gusano. Lo bello de lo feo.
Las hojas de ruta y navegación sólo indican que debemos seguir los vientos del sur si queremos consolidar el rumbo. No es menor el dato. Pero debemos convencernos que el horizonte no está más que en nuestra propia imaginación y en nuestra propia voluntad política. Hay que construir entre todos esas nuevas certezas que hoy nos faltan. En la amalgama del sendero que venimos recorriendo está la masa necesaria para hacerlo. Superamos la mayor de nuestras crisis ganando espacios de autonomía. Empezamos a saldar nuestro pasado doloroso con más justicia y derechos humanos. Crecemos desde el ahorro interno, buscamos la redistribución equitativa del ingreso, bajaron los índices de pobreza y desocupación drásticamente.
De seguir este rumbo, corrigiendo errores, perfeccionando los mecanismos de participación institucional, abriendo todas las compuertas de la creatividad popular, este huracán pasará, barrerá con más riquezas pero aquí en nuestras orillas, afianzaremos nuestra unidad sudamericana y seguiremos creciendo.
El Banco del Sur, la utilización del peso y el real en reemplazo del dólar entre Brasil y Argentina, la resolución autónoma de conflictos como el de Bolivia y el de Ecuador y Colombia, sin tutorías colonizadoras, son parte de la agenda regional que nos pone a resguardo del colapso, aunque sintamos el temblor sobre la piel de la América toda.
En tiempos de construcción de nuevas certidumbres, cotizan en alza las preguntas.
¿El ideario neoliberal puede mantenerse en pie después del colapso en los EEUU?
¿Los EEUU mantendrán su hegemonismo unilateral en el mundo o el multilateralismo se abrirá paso, favorecido por la crisis y la aparición de nuevos actores como China, India, Rusia y los países de la Unasur?
¿América Latina avanzará o detendrá el proceso de unidad con políticas progresistas, solidarias y autónomas desde y para la región?
¿El Gobierno de Cristina Fernández de Kirchner logrará consolidar la etapa de redistribución de la riqueza, inclusión social, mayor calidad institucional y crecimiento económico?
¿La oposición política y económica será capaz de constituirse en una alternativa superadora del actual proceso político argentino?
¿Seremos capaces de construir un nuevo paradigma asentado en el rol activo del Estado democrático, inclusivo, regulador, justo, solidario y soberano?
Esbocemos juntos las primeras respuestas a estos desafíos, pero hagámoslo pronto porque la derecha, liberal o fascista, tiene manuales para el recambio y donde las víctimas siempre son los pueblos.
No estamos en soledad. Tenemos un Gobierno progresista, nacional y popular, militante de la unidad sudamericana. Basamos nuestro crecimiento en la economía real y nos espantan las brujas y las burbujas financieras. Habitamos soberanamente recursos naturales estratégicos para abordar el futuro. Y lo que es más importante aún: aprendimos a mirar definitivamente con nuestros propios ojos.

(Por Jorge Giles, 16 de octubre de 2008)

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