(por Jorge Giles*)
Publicado en Miradas al Sur el 24 de agosto de 2008
Conocí a Germán en su plenitud de vida y en la hora de su despedida. Compartimos con él canciones de amor y batallas. Caminamos juntos un buen trecho de la resistencia contra los peores años de aquel menemismo que arrasó con el patrimonio de los argentinos. Lloramos y puteamos juntos por todo lo perdido, por las ausencias, por el indulto a los genocidas. Pero nunca lo vimos rendirse. Nunca. Hablaba y su talento político hacía que la palabra fuese sencilla y redonda como una naranja. Todos lo entendíamos. Nos decía que lo que importaba era vivir como se piensa y pensar como se vive. Nos enseñó que en la duda, hay que aferrarse a las pocas certezas que se tengan a mano para alumbrarse el camino. En la vida y en la política. Decía que el neo liberalismo en su esencia era reaccionario, aunque brindara espacios de sosiego para asuntos menores. En consecuencia había que combatirlo frontalmente. Pero si se abría paso un rumbo distinto, definido en defensa del estado, de los intereses nacionales y populares, de los trabajadores, entonces había que virar la vela para meternos de lleno en esos vientos y dar pelea desde adentro ayudando a profundizar los cambios.
Amaba tanto a la patria como al mar. Era capaz de recrear una playa allí donde estuviera con los compañeros. Lo vi quitarse sus mocasines, quedar en patas, abrir una botella de tinto, reír con esa risa que siempre tuvo, recordar las olas de su amada Santa Teresita y sin decir agua va, hacer el análisis más riguroso sobre la coyuntura, en su despacho de diputado y en el propio sindicato.
Se fue de nosotros como siempre vivió: amando y peleando. Aquel fue su tiempo. Pero éste también. Por eso, cuando Agustín Rossi, emocionado, le dedicó con toda justicia la recuperación de Aerolíneas Argentinas al final de su discurso en el Congreso, me brotó muy desde adentro “Volvió Germán, carajo”. Y me largué a llorar.
Son tiempos donde los vientos soplan a favor de los pueblos, enfrentando tempestades, turbulencias y remolinos traicioneros. Estoy seguro que Germán desplegaría las velas con nosotros, en el mismo sentido de estos vientos que hoy soplan sobre nuestras playas. Así lo hizo siempre. Quizás por eso lo seguimos esperando, con los dedos en ve y el corazón al galope.
*JG, autor del libro “Los caminos de Germán Abdala”, Colihue, 2000
Publicado en Miradas al Sur el 24 de agosto de 2008
Conocí a Germán en su plenitud de vida y en la hora de su despedida. Compartimos con él canciones de amor y batallas. Caminamos juntos un buen trecho de la resistencia contra los peores años de aquel menemismo que arrasó con el patrimonio de los argentinos. Lloramos y puteamos juntos por todo lo perdido, por las ausencias, por el indulto a los genocidas. Pero nunca lo vimos rendirse. Nunca. Hablaba y su talento político hacía que la palabra fuese sencilla y redonda como una naranja. Todos lo entendíamos. Nos decía que lo que importaba era vivir como se piensa y pensar como se vive. Nos enseñó que en la duda, hay que aferrarse a las pocas certezas que se tengan a mano para alumbrarse el camino. En la vida y en la política. Decía que el neo liberalismo en su esencia era reaccionario, aunque brindara espacios de sosiego para asuntos menores. En consecuencia había que combatirlo frontalmente. Pero si se abría paso un rumbo distinto, definido en defensa del estado, de los intereses nacionales y populares, de los trabajadores, entonces había que virar la vela para meternos de lleno en esos vientos y dar pelea desde adentro ayudando a profundizar los cambios.
Amaba tanto a la patria como al mar. Era capaz de recrear una playa allí donde estuviera con los compañeros. Lo vi quitarse sus mocasines, quedar en patas, abrir una botella de tinto, reír con esa risa que siempre tuvo, recordar las olas de su amada Santa Teresita y sin decir agua va, hacer el análisis más riguroso sobre la coyuntura, en su despacho de diputado y en el propio sindicato.
Se fue de nosotros como siempre vivió: amando y peleando. Aquel fue su tiempo. Pero éste también. Por eso, cuando Agustín Rossi, emocionado, le dedicó con toda justicia la recuperación de Aerolíneas Argentinas al final de su discurso en el Congreso, me brotó muy desde adentro “Volvió Germán, carajo”. Y me largué a llorar.
Son tiempos donde los vientos soplan a favor de los pueblos, enfrentando tempestades, turbulencias y remolinos traicioneros. Estoy seguro que Germán desplegaría las velas con nosotros, en el mismo sentido de estos vientos que hoy soplan sobre nuestras playas. Así lo hizo siempre. Quizás por eso lo seguimos esperando, con los dedos en ve y el corazón al galope.
*JG, autor del libro “Los caminos de Germán Abdala”, Colihue, 2000
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