domingo, 17 de agosto de 2008

Eduardo Duhalde, ese pequeño hombre


(17 de agosto de 2008)

Publicado en Sur

Algunos de los sobrevivientes de cárceles y centros de detención clandestinos de la última dictadura, relataron los días en que los represores cargaban contra sus cuerpos indefensos al grito de “viva Hitler, judíos de mierda”. Asesinaron así a miles de compatriotas sin importarles demasiado su origen religioso, étnico, ideológico. En definitiva, todos los prisioneros se hermanaban en su rebeldía, hayan sido judíos, cristianos, musulmanes, agnósticos o ateos.
Recuperada la democracia, el ex presidente Alfonsín inicia con el juicio a la ex Junta de Comandantes una reparación que pronto desandaría con las “leyes del perdón”. Después, el binomio Menem-Duhalde cometería la claudicación brutal del indulto a los genocidas. Más tarde, de la Rúa reafirmó la impunidad y ya en la crisis final, el senador-presidente Duhalde apura su retirada tras el asesinato policial de dos jóvenes argentinos: Kosteki y Santillán.
Fue recién el ex Presidente Néstor Kirchner el que irrumpe en 2003 promoviendo una justicia basada en el respeto irrestricto de los derechos humanos, reparando definitivamente aquella ofensa a la condición humana cometida por la dictadura. Remueve la Corte suprema menemista y la cúpula militar, recupera la ESMA y “La Perla” para la memoria colectiva, descuelga los cuadros de los genocidas, reabre todos los juicios a los represores anulando las leyes de “obediencia debida”, “punto final” y los indultos que fueran compartidos por este mismo Duhalde que hoy reaparece ganando prensa por su fervoroso apoyo a los patrones rurales y por comparar a Néstor Kirchner con Hitler y Mussolini. Justo a él.
¿Por qué lo hizo? ¿Para provocar? ¿Para disimular su orfandad de ideas? ¿Por impotencia política? ¿Para seguir alentando aires destituyentes y antidemocráticos? ¿Para competir en las olimpiadas de injurias con Menem y Carrió?
Tanto odio nos hace presumir que lo hizo por todo esto junto.
Quizás un gran hombre podría, por impericia, convertirse en un político de tono menor. Y seguiría siendo un gran hombre. Pero un pequeño hombre de espíritu, jamás podría ser un gran político. Y es de muy pequeña hombría ofender de la manera ruin como lo hizo Duhalde. Así nos ofende a todos quienes seguimos teniendo memoria y sed de justicia. A él, como a muchos opositores, les vale aquello de “si lo que vas a decir no es más bello que el silencio, entonces, calla.”

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