Allí están los pibes de La Cámpora
celebrando con un abrazo luminoso y multitudinario la convicción de que las
conquistas sociales y culturales de un proyecto de país que viene de muy lejos,recuperado
por Néstor y Cristina desde el 2003, son partes de un camino y una
historia irreversibles. Como la patria.
“Ya no volvemos atrás”, se
juramentan.
Y están las victorias logradas por
los pueblos del mundo en el mismísimo seno de Naciones Unidas y en el Congreso
argentino en la semana que pasó. Mal que le pese a los mediocres.
Y está la palabra justa y esclarecida
de la presidenta reafirmando que la industrialización es una decisión política.
Y la defensa del empleo, el consumo y
la producción y el cohete argentino a punto de lanzarse a las estrellas.
Digamos la verdad de una vez: todas
estas conquistas y construcciones colectivas que alentó el Estado en los
últimos años serán irreversible en tanto y cuanto el proyecto nacional, popular
y democrático continúe gobernando.
No es una presunción subjetiva. Los
principales referentes opositores, Massa, Macri, Binner y compañía han dado
testimonio explícito que de asumir el gobierno en 2015, derogarán las medidas transformadoras del kirchnerismo.
Nos interesa ahondar en el análisis
del actual cuadro de situación, a sabiendas que somos testigos y protagonistas
de un cambio histórico a nivel planetario y a nivel local.
Abreviemos un concepto que define este
momento: estamos asistiendo al desmoronamiento de la hegemonía excluyente de
los EE.UU. como primera potencia mundial. Con su caída,se produce en simultáneo
el desmoronamiento de la hegemonía, también excluyente, de los poderes locales
que fueron expresados durante muchos años por el Grupo Clarín y sus aliados.
Ni los EE.UU. están en condiciones de
disciplinar el voto en la Asamblea General de la ONU ni Magnetto está en plena
capacidad de operar a su antojo contra la voluntad mayoritaria de la política
argentina.
Manda la política, no los mercados.
La victoria del proyecto de país que lidera
Cristina Fernández de Kirchner en el mayor escenario internacional y en el
Parlamento argentino, demuestra con meridiana claridad esta afirmación.
Son varias las lecturas sobre el
alcance mediato de la Resolución de la ONU disponiendo la necesidad de aprobar
en menos de un año un marco regulatorio de la deuda soberana. Pero su
consecuencia inmediata es innegable: ha cambiado el paradigma que rigió las
relaciones del mundo desde la 2° Guerraen adelante.
Era tiempo que suceda.
Hasta no hace mucho el discurso del
representante de los EE.UU., al inicio de la Asamblea General, lograba unificar
los humores de buena parte de los representantes de la mayoría de los países
del mundo; los de Europa en primerísimo lugar.
¿Y qué pasó ahora? ¿Cómo votó Europa?
Votó dividida.
Unos pocos, muy pocos (11), siguieron
la directiva yanqui de votar en contra de la iniciativa argentina mientras un
grueso de los aliados europeos (41) se abstuvo en la votación.
Este ventarrón de aire fresco y
multilateral se asienta sobre otro dato mayor y extraordinario que no ha sido
valorado como tal en la mayoría de los análisis que se vienen haciendo en estos
días: la Asamblea General recuperó una
vieja ley de gravedad de la democracia que se resume en el siguiente lema: un
hombre, un voto. O sea:124 países, 124 votos.
Y como la dialéctica manda, habrá que
decir que de nada valdría la dispersión de los países centrales sino hubiese
existido la voluntad unificada y mayoritaria de los países emergentes que
abarcan los cinco continentes.
El estado de crisis está en la
naturaleza del capitalismo; esa no es la novedad. La novedad es que ahora
contamos con bloques de países que aspiran a crear un mundo mejor, más
sustentable, más pacífico, más inclusivo, más democrático, más tolerante, en
definitiva más humano. Y a esos nobles propósitos acuden presurosos los
gobiernos que conformaron en este siglo XXI el MERCOSUR, el ALBA, la UNASUR, la
CELAC, el BRICS, el G-77 más China. Todos ellos fueron los constructores de una
victoria irreversible a escala planetaria.
La ecuación indica que de un lado
están los países que producen energías, con alimentos, recursos naturales,
ciencia y tecnología y del otro se ubican aquellos que permitieron que “la mano
invisible del mercado” con su voracidad depredadora, lo destruyera todo.
Por eso los derrotados en la ONU y en
el Congreso argentino no sólo fueron los fondos buitres, sino las potencias
mundiales y financieras que los engendraron.
De semejante crimen de lesa patria no
volverán así nomás los opositores locales.
El kirchnerismo resignificó a Leopoldo
Marechal y demostró que de los laberintos no se sale solamente “por arriba”;
también se sale construyendo puertas sobre los muros de piedras de esos
laberintos que imponen los enemigos de la humanidad.
De la oposición política y mediática
nada bueno habrá que esperar.
Si vencimos a la flota anglo francesa
en la Vuelta de Obligado allá por mitad del siglo XIX, visto está que los malos
argentinos que viajaban a bordo de esos barcos extranjeros, dejaron su
descendencia entre nosotros.
Y aunque la esperanza y las
convicciones lo pueden todo, es preciso preguntarnos para estar seguros del
camino que andamos construyendo:
¿Qué hubiese pasado, en semejante
crisis mundial, si no existían los organismos políticos que hoy nos representan,
como la UNASUR por ejemplo?
¿Qué hubiese pasado si ante los
embates de los fondos buitres no teníamos un gobierno digno y una presidenta coraje
como Cristina?
¿Qué hubiese pasado si ante los
agravios y ofensas a la patria que comete la oposición no hubiese habido un
bloque oficialista férreamente unido que siempre pone la otra mejilla en lugar
de devolver los ladrillazos que recibe diariamente?
¿Y qué hubiese pasado si el
kirchnerismo no hubiese parido esa maravillosa juventud que milita por la vida
y la defensa de la patria como se manifestó ayer irreversiblemente?
La vida es bella; mucho más cuando
tenemos patria.
Miradas al Sur, domingo 14 de septiembre de 2014
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