Este país
que somos fue capaz de atravesar alguna vez
la peor de sus tragedias y no se dio por vencido.
No cayó en
el “ojo por ojo” ni en el revanchismo que algunos pregonaban.
“A más odio,
más amor”, fue lo que se dijo e hizo al salir de la larga noche del terrorismo
de estado.
Se ha dicho
tantas veces lo mismo y sin embargo una parte de la sociedad no se da por
convencida. ¿Qué les pasa? ¿Qué parte de la historia argentina no logran
entender de una vez por todas? ¿Qué tributo de sangre hay que seguir pagando
para que aprendan a amar al otro como si fuera a ellos mismos?
No vamos a
sumarnos a los tantos análisis enroscados de estos días sobre el ataque a mansalva a presuntos criminales.
Que si sí. Que si no. Que esta ley de acá. Que esta ley de allá.
No hay que
dar tantas vueltas para decir las cosas por su nombre: los que atacan en masa a
un ser humano para pegarle en la cabeza, en los riñones y en el bajo vientre hasta
matarlo, son sencillamente criminales, son asesinos, son homicidas, son
violentos antisociales. Y por tanto, deberían pagar sus crímenes en la cárcel.
Y el falaz
argumento que utilizan algunos para justificar estas acciones criminales, los
hace cómplices necesarios.
También están
los que se esconden tras la frase chabacana: “Vos hablas así porque no te pasó
nada igual”.
Reflexionemos
juntos, a ver si no nos pasó a todos lo que sigue.
Resulta que
este país que somos, tal cual dijimos al comienzo, pudo derrotar un día a la
dictadura que lo sojuzgaba y entonces, se abrieron las rejas de todas las
cárceles, se desenterraron las fosas donde estaban escondidos los huesos de
nuestros muertos queridos, se vendieron pasajes y entregaron pasaportes para
que los exiliados vuelvan. Y los ex presos políticos y los perseguidos y las
Madres y las Abuelas se encontraron por
fin en libertad para formatear la democracia que recuperábamos.
El hecho
maravilloso fue que con todos los dolores a cuesta, con todas las marcas de las
torturas y de la humillación a la condición humana, con todas las ausencias irreparables,
salieron a exigir justicia y solamente
justicia.
15 mil
exiliados. 20 mil presos. 5 millones de desocupados. 30 mil desaparecidos.
¡Y ningún
hecho de venganza!
¿No somos
acaso un país extraordinario y maravilloso? Porque a diferencia de otros países
(alcanzaría con nombrar a España) no se evitó la falacia de la mal llamada
“justicia por mano propia”, a cambio del olvido colectivo.
No, no, no.
Aquí se hace justicia como manda la ley y la conciencia humana.
Tardó pero
llegó.
Videla no
murió por el ataque de una horda de antiguos guerrilleros reciclados y madres
rencorosas que al grito de “viva la muerte” lo atacaron una noche de invierno
al salir de la parroquia. Videla murió debidamente juzgado y condenado por delitos de lesa
humanidad en una cárcel. Y así pasa con otros genocidas. Por eso vale esta
pregunta aunque suene a inocente y quizá lo sea: ¿por qué los violentos
patoteros de estos días no aprenden de aquella ejemplar conducta social que se
ejerció también en este país que somos?
Hasta aquí
lo colectivo. Pero no es toda la verdad de esta grieta antisocial; porque una
cosa es el linchamiento de un pibe pobre con cara de pobre, con lenguaje de
pibe pobre, con ropa de pibe pobre y otra cosa muy distinta, es la poderosa usina
de intereses económicos y políticos que los estimula, que los “vende”
mediáticamente con el mejor ropaje de “hartazgo social” y que les sirve de
plataforma electoral a la derecha más ruin y miserable que también tiene este
país que somos.
Así como la
Presidenta dijera el último 2 de Abril recordando a los Caídos en nuestras Islas
Malvinas, que el verdadero propósito de la usurpación británica es la presencia
de una poderosa base nuclear de la OTAN en las islas, deberíamos decir que la
verdadera causa y efecto de los hechos de violencia que aquí condenamos es la
misma razón de ser de la derecha: quieren volver a reconstituir a machetazos
una sociedad sin memoria, sin verdad y sin justicia. Y para ello hay que limar
los barrotes del lado más oscuro de la especie humana para que el hombre de las
cavernas se sienta legitimado para actuar a como se le dé la gana.
Por eso no
es casual sino causal que los mismos medios y los mismos políticos que se
opusieron a la democratización de la justicia, hoy sean los que “comprenden” el uso de la ley del Talión.
Ahora ya
sabemos por qué se negaron a la justicia legítima: porque la prefieren así, tan
salvaje, cínica y cobarde, tan ilegitima.
Y ya que hablamos de los Ex Combatientes, de
aquellos pibes de 18 años que fueron arrastrados a la guerra para ser
bombardeados por el colonialismo inglés y estaqueados por sus propios jefes argentinos,
preguntémonos: ¿algunos de ellos acaso fue a buscar venganza al domicilio
particular de los oficiales y suboficiales que los maltrataron y los
silenciaron al regreso de Malvinas?
Los que
lograron reconstituir su humanidad, los que no se suicidaron como dolorosamente
lo hicieron cientos de ellos, los que siguieron medianamente enteros, optaron
por crear sus centros y agrupaciones y así escapar de la soledad que le
imponían los cuarteles y una sociedad que vivía acuartelada con sus propios
miedos.
¿No tienen
nada que aprender de ellos los asesinos y patoteros que se hacen llamar
“justicieros”?
No entender
ni saber enmarcar históricamente la violencia de la calaña que hoy vemos, es no
saber nada de nuestra propia historia como país que somos y no valorar ni un
poquito la riqueza moral profunda que atesora este pueblo en sus entrañas.
Es válido
concluir, en consecuencia, que estamos en medio de una nueva arremetida
violenta del poder económico y mediático.
Empujan a
matar a los supuestos pibes chorros para demoler el Estado democrático.
No quieren
Estado regulando el mercado. No quieren Estado protegiendo nuestra soberanía.
No quieren Estado administrando justicia.
Con los
monopolios, el colonialismo y el homicidio en masa, pretenden suplantarlo.
Con nuestro amor en la mochila, hay que seguir
resistiendo.
Miradas al Sur, domingo 6 de abril de 2014
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