No olvidar, no perdonar, no permitir que se instale la cultura del odio que alienta el Grupo Clarín y sus socios y amigos, debería ser de aquí en más un imperativo ciudadano.
Desde sus editoriales, los escribas y lenguaraces del Grupo se metieron por una claraboya al quirófano donde operaban a una mujer, al fin y al cabo una persona común con responsabilidades especiales. Levantaron las sábanas impúdicamente, manosearon la herida de la cirugía, diagnosticaron maliciosamente, pasaron de ser periodistas amarillos a traficantes de órganos, sin rubores ni vergüenzas.
El secretario general de la Presidencia, Oscar Parrilli, fue elocuente y conciso cuando supuso con sentido común que los medios opositores hubiesen querido titular: “Lástima que no era cáncer”.
Fue tan brutal y despiadado este ataque de Clarín que arrastró con sus ondas expansivas a la dirigencia política de la oposición, siempre presta a cumplir con sus mandantes del monopolio. Como un coro de zombies salieron a pedir “que se aclare este bochorno”.
Hermes Binner, quién te ha visto y quién te ve. Magnetto agradecido.
La única víctima, en tanto, la mujer que había pasado por el trance del bisturí, valoraba junto a sus hijos el resultado final del tratamiento.
“Fue la más linda noticia de los últimos tiempos”, coincidieron en declarar públicamente desde Hugo Chávez hasta Hillary Clinton.
La condición humana genera estos reflejos más allá de diferencias políticas e ideológicas.
¿Pero en qué oscuro albañal se esconden los autores de semejante malicia para redactar tanto desprecio humano en letras de molde? ¿Tan bajo han caído en la mínima escala de valores y principios, esa escala que se respeta incluso en los peores conflictos bélicos?
Las ambulancias no se bombardean, los hospitales tampoco, los enfermos de cualquier bando se curan y se cuidan.
El monopolio mediático, en cambio, bombardeó con sus diarios, radios y canales, la sala donde operaban a la Presidenta de la Nación. Hay que decirlo así. Hay que graficarlo con colores fuertes para tomar verdadera dimensión del daño que buscaban provocar y por sobre todas las cosas, no hay que olvidar jamás esta muestra de incivilidad y salvajismo al que pretenden empujar a una parte de la sociedad en su caída final como grupo impune.
Sólo es posible encontrar semejante saña y odio en tiempos de la dictadura.
De poco vale analizar críticamente la cipaya actitud que tienen ante la insolencia británica sobre la causa soberana de Malvinas.
De poco vale asombrarse porque acusan al Gobierno Nacional, popular y democrático por defender la industria y la producción nacional ante una más que probable invasión de productos y capitales extranjeros que ruedan por un mundo en crisis, buscando alguna orilla para colonizar. O para parasitar.
De poco vale que no sean capaces de notar que este año se batirán todos los récords de turismo local, lo que significa que hay al menos un mango, incluso, en el bolsillo de los más humildes para ganarse un buen descanso.
De poco vale que nos escandalicemos por la protección que brindan a Mauricio Macri, ese gobernante que sólo sabe expulsar por la fuerza a los que aún están a la intemperie con su mercancía, ajustar el precio de los subtes y mantener relaciones poco santas con dueños de prostíbulos.
De poco vale que denunciemos que sean, como en el 2008, el altoparlante de esa mesa de enlace que aprovecha tanto la sequía como la abundante lluvia para volver a la carga “contra las retenciones”.
De poco vale que condenemos la falacia de intentar confundir y mezclar la sintonía fina de este modelo de desarrollo con inclusión social en curso, con las políticas de ajuste y empobrecimiento que esos mismos medios prohijaron en tiempos de neoliberalismo.
De poco vale toda esta saga de un verano a pleno sol, ante la magnitud de la operación de terror que lanzaron contra la salud de Cristina Fernández de Kirchner.
Ya sabíamos los intereses económicos que defienden y sostienen.
Ya sabíamos del maridaje que tuvieron con la dictadura para transformarse, picanas y secuestros mediante, en el verdadero rostro de ese poder que manda quién se salva y quién es expulsado del sistema.
Pero costaba saber o imaginar al menos, la falta de pudor que demostraron en esta circunstancia traumática, con final feliz.
De esta operación política tan inhumana ya no se vuelve. No habrá medicamento que pueda remediar tanto desprecio humano.
¿Qué rol le cabe a la sociedad de consumo en esta circunstancia, para no nombrar al pueblo?
Modestamente, creemos que la sanción moral debe venir del colectivo social. No hay legislación más condenatoria que advertirnos solidariamente sobre la calaña con la que están malformados todos los que escribieron y dijeron estas falacias sobre la salud de Cristina.
Si así lo hiciéramos cabría preguntarse: ¿cómo seguir consumiendo tanto veneno encapsulado en las voces y los textos del monopolio sin poder evitar envenenarse?
Hay un continente feliz de ver muy pronto plenamente restablecida a la Presidenta de los argentinos. Hay un pueblo feliz de que así sea.
“No era cáncer”, dijeron los médicos y la alegría brindó en la mesa familiar de cada casa. Pero en los albañales de la historia un rictus amargo les pintó la cara a más de uno. Los que se dejan ver, por mercenarios o por convencidos, no pueden ocultar tanta desazón.
Uno se puede equivocar en un análisis político, pero no de actitud ante la vida.
Hay que endurecer la bondad para que no deje sus huevos de odio la serpiente. Hay que denunciarlos así, con esta paz que es patrimonio espiritual de los pueblos. De poco valdría que este país siga creciendo como lo viene haciendo si persiste impune esta madriguera de resentimiento.
La batalla es por un país inclusivo, pero no a cualquier precio. Hay que dejar atrás y para siempre, los resabios del odio de los injustos.
Por ese país más bello, más feliz, más igualitario, es que trabajamos, escribimos, amamos, educamos y cuidamos a nuestra descendencia.
El odio es horrible. Pero el amor es implacable cuando echa a andar.
Miradas al Sur, domingo 15 de enero de 2012
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