Un día como hoy, el 23 de marzo de
1976, el golpe de estado se olía por los 4 costados, por los 4 vientos, por las
4 esquinas del barrio donde uno vivía, por los 4 diarios más leídos, por las 4
radios más escuchadas, por los 4 canales más vistos, por los 4 políticos que
aún daban la cara en la televisión.
Era un día martes y la calle decía
“se viene el golpe de estado” y en la mesa familiar se comentaba que “esto no
da para más” y “mañana habrá golpe de estado”.
Los que ya estaban presos por su
militancia política se preparaban para lo peor. Pero no habría rincón dónde
esconderse de la furia blindada que avanzaba al galope con fusil y bayoneta.
Los que estaban pensando en partir al
exilio, dejaron de dudar y apuraron la marcha con su pasaporte en mano.
Los trabajadores, los pibes de los
barrios, los que soñaban con hacer la revolución hasta cuando hacían el amor,
los delegados de las fábricas, los militantes duros que no perdían la ternura,
los que tenían el bolsillo vacío y el corazón lleno de ideales, esos no se
irían nunca, aun desamparados.
89 días atrás de ese día, el 24 de
diciembre de 1975, Jorge Videla, entonces jefe del Ejército, pronunció un
discurso navideño ante propios y extraños que sonó a ultimátum para la
democracia. Y el 24 de marzo se cumplían los 90 días del que muchos decían, como
si supieran, que era el último plazo para dar el golpe.
Ahora ya lo sabemos: la irrupción de
la dictadura fue el episodio final de una operación política que se venía
gestando desde mucho antes con la participación estelar de cuadros civiles que
componían el entramado golpista.
No es que los medios “reflejaban la
caótica realidad”, como se decía. Eran los medios que preparaban el terreno caótico
para justificar el desembarco de los genocidas.
No era que “la economía ya no funcionaba
o funcionaba mal” como se decía por los medios. Era que los trabajadores
participaban, pese al costado más derechoso del gobierno de Isabel, de un
porcentaje en la redistribución de la riqueza que orillaba el 50 y 50 y que
había pleno empleo y que las comisiones de delegados internos de las empresas
empezaban a desbordar a las respectivas burocracias de sus gremios.
No era que el gobierno no ofrecía
salida dentro del sistema democrático. Funcionaba el Congreso de la Nación y
estaban convocadas elecciones generales para octubre de ese mismo año.
Fue por eso, precisamente por eso,
que “mañana habría golpe”, para el regocijo consciente de los poderosos, el
entusiasmo inconsciente de las capas medias y la angustia creciente de los más
humildes, esos que guardaban en su memoria los viejos dolores de otras
dictaduras.
A 38 años de aquellos días tan
oscuros y estremecedores, sepamos que con esas características con que supo
ejecutarse a sangre y fuego el genocidio, mañana ya no habrá golpe de estado.
Sepamos que mañana y pasado mañana y
siempre habrá democracia y será cada vez más inclusiva y soberana si así nos
proponemos desde esta mayoría inmensa de argentinos que ansiamos vivir en
paz.
Pero sepamos también que los jefes
civiles del terrorismo de estado siguen vivitos y coleando y llenando sus
bolsillos con el sudor de tu frente.
Detrás de cada corrida cambiaria, de
cada devaluación provocada por las cuevas del mercado, de cada
desestabilización de precios y de sueños, de cada campaña contra la participación
de los pibes y las pibas, de cada opinión que atente contra el ejercicio de la
política como única herramienta de la democracia para transformar la realidad,
de cada opinión ilustrada invocando el olvido y la desmemoria, sepamos que hay
un intento de golpe contra el país que hemos reconstruido después del incendio
tenebroso del neoliberalismo.
Esta nueva fase del devenir
democrático la estamos construyendo entre todos. Es cierto. Disfrutemos y
cuidemos esta construcción colectiva. Pero tengamos la honestidad intelectual
de admitir que nada de lo que vivimos en estos años hubiera sido posible sin
que hayan tenido las convicciones y la voluntad necesarias para encarar el
cambio un presidente llamado Néstor Kirchner y una presidenta llamada Cristina
Fernández de Kirchner. Un cambio de paradigma. Un vendaval de sueños y
reparación de derechos.
Quizá la historia por venir ilustre
las mejores páginas de estos años con las imágenes de los genocidas juzgados en
los tribunales, amparados por las leyes y la Constitución que ellos violaron
cuando dejaron a la intemperie a los hombres y mujeres asesinados durante la larga
noche de la dictadura.
Quizá se muestre el alegato de Videla
reafirmando cínicamente su siniestro plan de exterminio.
Pero nada de ello alcanzará para
comparar siquiera con los dos máximos
logros de esta década: se identificó la comandancia civil del terrorismo de
estado en la justicia, en los medios masivos de comunicación, en el poder económico
y financiero, por un lado y se recuperó el deseo juvenil de participar en la
militancia política, por otro.
Por eso, que mañana no haya golpe de
estado, significa algo más que la literalidad de una frase obvia.
Significa que ya somos un país normal,
como quería Kirchner. Y que aquellos que
pagaron con la muerte, la cárcel y el destierro su indomable voluntad de
cambiar el mundo, hoy sean recordados con respeto, aun desde la crítica
implacable que alguien pueda sostener por sus acciones.
Kirchner, reivindicándolos desde la política, fue quien forjó
ese reconocimiento.
Esa inmensa madre de todos, Hebe de
Bonafini, también es forjadora de estos tiempos que vivimos.
Sin Abuelas y Madres como Hebe la
democracia no sería lo que es.
Sin ellas y sin una presidenta como
Cristina, no seríamos el país de memoria, verdad y justicia que hoy somos.
Convencidos que no habrá ni un paso atrás en las conquistas del pueblo, que
no podrán los nuevos heraldos de la desesperanza y la desmemoria hacernos
retroceder ni un milímetro de historia, mañana estemos más juntos que de
costumbre: es el Día Nacional de la Memoria.
Miradas al Sur, domingo 23 de marzo de 2014
No hay comentarios:
Publicar un comentario