Dice Benedetti que el día o la noche que por fin lleguemos, habrá que quemar las naves. Y que antes de hacerlo es conveniente meter en ellas nuestra arrogancia masoquista, nuestros escrúpulos blandengues y los hipopótamos de Wall Street. Recomienda meter en el incendio, los menosprecios por sutiles que sean y esa falsa modestia y la dulce homilía de la autoconmiseración. Será para evitar el riesgo y la tentación de volver atrás y remar hacia otra orilla que no sea la nuestra, ya que será abolida para siempre, la libertad de preferir lo injusto y en ese solo aspecto, seremos más sectarios que dios padre.
Algo así es lo que uno recuerda de aquella poesía, que vale mucho para estos días, en que pisamos tierra firme con el Gobierno de Cristina abriendo los anchos caminos para que nadie quede afuera, para defender el empleo y el plato de comida y la escuela y la salud y ya que estamos, basta de amenazar a Graciela Ocaña, porque tendrán que vérselas con todos nosotros.
Lo peor ya pasó y lo mejor siempre estará por venir. Con Néstor Kirchner se enarboló la memoria de nuestros más profundos dolores. Desconocerlo es despeñar por un barranco todas las convicciones. El olvido naufragó en este país el día que apareció Juan y Victoria y Horacio Pietragalla levantó en sus brazos a su Abuela de pañuelo blanco y juntos saludaron alegres en la Plaza de Mayo. Reparar en algo el genocidio es una manera digna de quemar las naves, hacia atrás. Y es arropar, hacia adelante, el futuro como un guricito dormido en los brazos de la Patria.
“Aquí no se rinde nadie” es el mandato que brota desde hace 200 años y hoy tiene nuevas voces y nuevos brazos y manos para sostener el rumbo aunque anuncien que el huracán ya llega a nuestras costas. Hoy tenemos un Estado más fuerte que el que nos dejaron. Dios nos libre y nos guarde si hubiesen seguido las plagas menemistas, cavallistas y delarruistas.
Mal que les pese a los desesperanzados, a los que desertaron, a los que traicionaron el voto popular, a los que ofenden porque no tienen nada mejor para proponer, a los que vaticinan el ocaso justo ahora que amanece, habrá que anunciarles una y otra vez que, este proyecto nacional y popular seguirá abriendo caminos a favor del pueblo, aun a costa de equivocarnos muchas veces.
Andaremos descalzos, pero andaremos juntos alumbrando el día que no haya un solo argentino hambriento en la banquina.
Vale la pena quemar las naves, no hay nada que temer.
(Miradas al Sur – 07/12/08)
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