Se nos murió el poeta que nos quedaba
en pie después de la tormenta.
La muerte de Juan Gelman reavivó
otras muertes tan dolidas como las de Paco Urondo, Rodolfo Walsh y Haroldo
Conti, por nombrar algunos.
Perdón por la tristeza.
Más allá de este dolor irreparable,
su partida nos deja ver por el ojo de la cerradura de la historia, el país que
hoy tenemos los argentinos: el gobierno decretó tres días de duelo nacional por
la muerte de un poeta.
¡Habrase visto semejante ternura!
Dan ganas de abrazarse a la Rosada por
esta decisión, como si allí anidaran algunos de los pájaros que nos deja Juan
en su partida.
Y quizá sea así nomás.
Es un país extraño el nuestro.
Suceden cosas dolorosas y bellas como
las comentadas, pero también cosas horribles: en nombre de la derecha presuntamente
moderna y renovada deciden que la escuela pública habite en un conteiner y que
los militantes de La Cámpora que organicen la proyección de películas para
verlas en una plaza pública junto a los pibes de un barrio, sean ferozmente
reprimidos y encarcelados ante el llanto y la angustia de los niños.
“Todo lo público perecerá”, según el
evangelio que comulgan Macri, Massa y otros de la misma laya.
No habrá más treguas ni olvidos, parece
ser la volanta de los diferentes sectores políticos y económicos que se oponen
al modelo de desarrollo con inclusión social que lidera Cristina.
A la carga dijo Vargas.
Ya no es posible creer que haya sido
una casualidad la suma de acontecimientos que se sucedieron desde el motín
sedicioso de las policías provinciales, los saqueos conexos a ese motín, la
corrida extorsiva del dólar ilegal, las continuas operaciones de terrorismo
mediático ejecutados por los grandes medios de comunicación, la operación
“tomate”, las editoriales que llueven desde el exterior pintando una Argentina
“al borde del abismo”, el eco vago de los comentaristas opositores repitiendo
hasta el paroxismo la misma cantinela.
Develada, por si alguien tenía alguna
duda, la actitud corrosiva y destituyente de los sectores corporativos
encabezados por el Grupo Clarín, La Nación y la Sociedad Rural, queda por analizar,
planificar e instrumentar el plan de vuelo que en los próximos dos años tendrá
que recorrer el amplio abanico social identificado con el proyecto nacional y
popular. No hay tiempo que perder.
A diferencia de coyunturas del
pasado, esta vez no habrá bandera blanca de rendición por parte del Estado
democrático. Pero la batalla principal se desarrolla en la cabeza de los
hombres y mujeres que habitan nuestro suelo. Olvidate si es mejor decir “la
gente” o “el pueblo” o “la sociedad” o “la opinión pública”.
Cuando la señora que vacaciona
placenteramente dispara la misma metralla que escuchó en TN, “que todo está
mal” y que patatín y que patatán, no hay que cruzarse de brazos y pensar “mejor
no digo nada para que no se pudra”.
Hay que debatir civilizadamente, en
paz, cordialmente, sin calentarse de más, sin agredir, jamás, pero hay que
rebatir punto por punto la ofensiva del odio y la mentira editada que repite la
señora de la playa, el taxista equivocado, el carnicero, el verdulero, la
peluquera del barrio.
Y debiera ser así, porque la
historia, en su contenido y en su forma, sólo la repiten los opresores. Los
oprimidos aprenden todo el tiempo de sus errores y de su propia experiencia.
O sea. No hay que esconder la cabeza
en una lata de durazno cuando escuchamos repetir las barbaridades con que el
monopolio mediático pretende descomponer y degradar a esta sociedad. Las diga
quien las diga. Que los economistas y “analistas” del poder económico
financiero tiren pálidas a granel no es ninguna sorpresa. Cumplen su misión
desesperanzadora. Les pagan para eso. Son mercenarios de la palabra. Querrían
derrocar al gobierno democrático si les fuera posible, pero como saben que es
una misión imposible, buscan morder, rasguñar, herir la credibilidad de
Cristina y de sus funcionarios y así poner
en jaque la centralidad política del modelo de país que inauguró Néstor
Kirchner.
No tienen más tropa que ellos mismos.
Por eso hay que impedir que el fuego que arrojan se propague a la cabeza de “la
gente”. Y no debieran ser, creemos, discusiones abstractas o para supuestos
“entendidos” en política o economía. No. Todo tiene que ver con el modelo de
democracia que queremos para nosotros y para nuestra descendencia.
La señora cuestiona desde la playa,
no desde la bañadera de su casa impedida de vacacionar. Los otros señores
discuten desde la cola de compra en el supermercado. Ya no se discute desde el
piquete amargo del hambre y la desolación como sí discutíamos hasta el 2003.
Los que discuten, además de ciudadanos que ejercen sus derechos sin límite
alguno, son usuarios y consumidores con capacidad de compra. Unos más, otros
menos. Pero todos compran algo para llevar a casa.
Y como muchos comen y beben algo en
la pizzería colmada de los viernes y sábados, hoy los piquetes de posibles
discordias democráticas se hacen consumiendo.
Desde esa actitud desmalezadora hay
que intentar abrazarse a quienes honestamente cuestionan a los abusadores de
precios, a los estafadores de la energía eléctrica, a los verdaderos causantes
de la inflación y la inseguridad y hacer sinergia con ellos.
Con ese empoderamiento de la sociedad,
hablando con la sociedad y abriendo el juego, mostrando y demostrando que
los enemigos de la democracia se repiten grotescamente en las tácticas empleadas
para debilitar la democracia y procurar un ajuste antisocial, se podrá
acompañar inteligentemente el esfuerzo que realiza el gobierno frente a los
extorsionadores.
Esta vez participemos todos.
Habrá que armarse de verdades como
estas para contrarrestar la ofensiva del odio y la desesperanza:
2400 vehículos por hora circulan por la
ruta a la Costa al inicio de cada quincena y alcanzamos un récord de consumo de
carne vacuna de 65 kg por cápita y de 100 kg
de proteína animal por cápita.
Si me dieran a elegir, decía
Juan, yo elegiría este amor con que
odio, esta esperanza que come panes desesperados.
Miradas al Sur, domingo 19 de enero de 2014
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