lunes, 21 de enero de 2019

Todo está por suceder





El panorama político deberá encender indefectiblemente, entre febrero y marzo, las primeras luces del escenario mayor donde se definirá la suerte de la Argentina para la próxima década. Ni apresurados ni retardatarios, creemos que se acerca la hora de nominar la candidatura (¿o no?) de Cristina Fernández de Kirchner.
Es interesante observar y analizar la dirección principal de las acciones políticas divergentes que suceden al interior de los bloques en pugna: del oficialismo por un lado y del heterogéneo campo opositor por el otro.
Mientras el oficialismo se desvela en fórmulas que puedan expresar la necesidad de dividir candidaturas para evitar quedar todos atrapados en la caída vertical de su principal figura en octubre, el peronismo en su más amplia acepción, por el contrario, hace ingentes esfuerzos por concentrar fuerzas como requisito esencial para lograr la victoria electoral y recuperar el gobierno nacional el 10 de diciembre próximo.
Veamos de qué tratan estos movimientos, inconclusos aún.
Todas las miradas del oficialismo están puestas en lo que va a decidir finalmente la gobernadora de Buenos Aires, María Eugenia Vidal. ¿Desdoblará las elecciones provinciales de las nacionales? Se preguntan comiéndose las uñas rabiosa y angustiadamente, unos y otros. Los que la impulsan para que se diferencie de Macri, le dicen que adelante el cronograma de cabotaje, sin tener en cuenta las consecuencias irreversibles  que supondrá semejante definición. Para hacerla corta: si va por ese lado su  decisión, significará anunciar anticipadamente la derrota del proyecto neoliberal en octubre. Vidal se convertirá en la sepulturera de Macri y ella misma no tendrá chances ni oxígeno político suficiente para remontar la cuesta arriba que le espera a su propio gobierno provincial. No hay PRO sin Macri y no hay Vidal sin el PRO.
Agreguemos de yapa a esta consideración, la ola de denuncias y demandas políticas que recibiría Vidal por el enorme costo económico que significará para los contribuyentes bonaerenses la división injustificada de las elecciones. ¿El oficialismo meterá la mano en la lata del presupuesto sólo para satisfacer los anhelos personalistas de la gobernadora? Empezarán preguntando. No hay ni habrá excusa creíble para este interrogante. Allá ellos.
Por el lado opositor todas las expresiones, a borbotones como sucedió siempre en el movimiento popular, apuntan a suponer que la única decisión política acertada es la convocatoria a la más amplia unidad.
El que divide las pagará muy caro en términos de representatividad a futuro. El que divide juega para Macri. El que divida saca los pies del plato. Todo eso se dice y se dirá en adelante.
Es que la unidad ya no es una opción, es una obligación patriótica. No es, la unidad, una táctica electoral, sino una estrategia para salvar a la Nación y al pueblo, sin exagerar un ápice en esta definición.
Nótese que los que intentan dividir por el centro o por la derecha del espacio opositor, hacen malabarismos para ocultar sus designios pro-macristas. Es que la de ellos es una política ilegítima, mentirosa, tramposa, porque busca en definitiva dividir el voto opositor para favorecer al gobierno. Y ese estigma los perseguirá para siempre.
En octubre se batalla por el proyecto de país que queremos y no por egos partidocráticos.
Y a sabiendas que el desafío de reinventar la Argentina requerirá de un liderazgo muy fuerte y con la inteligencia, la experiencia y el coraje suficiente para semejante épica, seguimos convencidos que hay un solo nombre para conducir, más temprano que tarde, los destinos del país de los argentinos: Cristina Fernández de Kirchner.
Que así sea.

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