El panorama
político deberá encender indefectiblemente, entre febrero y marzo, las primeras
luces del escenario mayor donde se definirá la suerte de la Argentina para la
próxima década. Ni apresurados ni retardatarios, creemos que se acerca la hora
de nominar la candidatura (¿o no?) de Cristina Fernández de Kirchner.
Es
interesante observar y analizar la dirección principal de las acciones
políticas divergentes que suceden al interior de los bloques en pugna: del
oficialismo por un lado y del heterogéneo campo opositor por el otro.
Mientras el
oficialismo se desvela en fórmulas que puedan expresar la necesidad de dividir
candidaturas para evitar quedar todos atrapados en la caída vertical de su
principal figura en octubre, el peronismo en su más amplia acepción, por el
contrario, hace ingentes esfuerzos por concentrar fuerzas como requisito
esencial para lograr la victoria electoral y recuperar el gobierno nacional el
10 de diciembre próximo.
Veamos de
qué tratan estos movimientos, inconclusos aún.
Todas las
miradas del oficialismo están puestas en lo que va a decidir finalmente la
gobernadora de Buenos Aires, María Eugenia Vidal. ¿Desdoblará las elecciones
provinciales de las nacionales? Se preguntan comiéndose las uñas rabiosa y
angustiadamente, unos y otros. Los que la impulsan para que se diferencie de
Macri, le dicen que adelante el cronograma de cabotaje, sin tener en cuenta las
consecuencias irreversibles que supondrá
semejante definición. Para hacerla corta: si va por ese lado su decisión, significará anunciar anticipadamente
la derrota del proyecto neoliberal en octubre. Vidal se convertirá en la
sepulturera de Macri y ella misma no tendrá chances ni oxígeno político
suficiente para remontar la cuesta arriba que le espera a su propio gobierno
provincial. No hay PRO sin Macri y no hay Vidal sin el PRO.
Agreguemos
de yapa a esta consideración, la ola de denuncias y demandas políticas que
recibiría Vidal por el enorme costo económico que significará para los
contribuyentes bonaerenses la división injustificada de las elecciones. ¿El
oficialismo meterá la mano en la lata del presupuesto sólo para satisfacer los
anhelos personalistas de la gobernadora? Empezarán preguntando. No hay ni habrá
excusa creíble para este interrogante. Allá ellos.
Por el lado
opositor todas las expresiones, a borbotones como sucedió siempre en el
movimiento popular, apuntan a suponer que la única decisión política acertada
es la convocatoria a la más amplia unidad.
El que
divide las pagará muy caro en términos de representatividad a futuro. El que
divide juega para Macri. El que divida saca los pies del plato. Todo eso se
dice y se dirá en adelante.
Es que la
unidad ya no es una opción, es una obligación patriótica. No es, la unidad, una
táctica electoral, sino una estrategia para salvar a la Nación y al pueblo, sin
exagerar un ápice en esta definición.
Nótese que
los que intentan dividir por el centro o por la derecha del espacio opositor,
hacen malabarismos para ocultar sus designios pro-macristas. Es que la de ellos
es una política ilegítima, mentirosa, tramposa, porque busca en definitiva
dividir el voto opositor para favorecer al gobierno. Y ese estigma los
perseguirá para siempre.
En octubre
se batalla por el proyecto de país que queremos y no por egos partidocráticos.
Y a
sabiendas que el desafío de reinventar la Argentina requerirá de un liderazgo
muy fuerte y con la inteligencia, la experiencia y el coraje suficiente para
semejante épica, seguimos convencidos que hay un solo nombre para conducir, más
temprano que tarde, los destinos del país de los argentinos: Cristina Fernández
de Kirchner.
Que así sea.
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