domingo, 21 de febrero de 2010

SIEMPRE QUE LLOVIÓ, PARÓ

Volverán las lluvias una y otra vez. Y volverá a parar.
Menos mal, porque de lo contrario los porteños precisarían varias Arcas de Noé para el diluvio final previsible mientras dure la gestión de Mauricio Macri.
No es una exageración. Es lo que viene pasando y seguirá pasando en Buenos Aires en tanto no haya un gobierno que ponga a la ciudad patas para arriba para que empiece a andar su destino de ciudad mayor de edad.
Esta vez nos inundamos todos.
Prácticamente no hay barrio que no haya sido afectado por las lluvias. Mejor dicho, por la imbecil gestión de un gobierno que presumió de saberlo todo, de tener equipos para gobernar, de ser un capítulo moderno de la derecha argentina.
En realidad, Macri viene a demostrar a propios y extraños que en la Argentina como en toda América, la derecha siempre hace desastre cuando gobierna. Es una derecha salvaje, represiva, anticuada. Sólo supieron gobernar cuando tuvieron garrotes de su lado. Y picanas eléctricas como las Tasser.
Estamos inundados de lluvia y de indignación. Que nos sirva de aprendizaje colectivo. Que aprendamos a juzgar implacablemente a los gobernantes. No por su presunta simpatía fashion y sus modales señoriales, sino por el resultado de sus gobiernos.
A Macri habría que hacerle juicio por mala praxis ¿Es ingeniero o no?
Porque esa profesión está siendo mancillada por el actual jefe porteño.
¿No sabía este ingeniero el papel escurridor y absorbente que durante un siglo cumplieron los adoquines en la ciudad?
Un triste botón vale de muestra: la Avenida Larrazabal, que cruza los populosos barrios de Liniers y Mataderos, jamás se inundó en el último medio siglo. Es decir, no hay vecinos con antigüedad que recuerden el desborde que se produjo con las últimas lluvias desde que Macri arrancó los adoquines históricos y achicó la avenida partiéndola al medio con un remedo de “boulevard” flaco que afeó la zona con un yuyo que crece descuidadamente sin mantención alguna.
Qué decir de los barrios más sensibles a cualquier desborde y que fueron afectados por esta esquila adoquinera y por el angostamiento de calles para agrandar veredas según el gusto del negocio inmobiliario.
El agua escurría por esas calles más anchas y por los pliegues naturales entre adoquines. ¿No sabía Macri que si le cerraban el paso buscaría otro lugar para escurrir?
Por ejemplo, las avenidas, las veredas y finalmente, las casas de los vecinos.
Y si no lo sabe, desde esta modesta columna le decimos a Macri: va a seguir lloviendo sobre la ciudad, sobre la provincia, sobre el país, sobre el mundo.
Alguien que le arrime al menos un folleto sobre cambio climático y calentamiento global para que se instruya, primariamente, sobre el ambiente con el que habrá que lidiar en los próximos cien años.
Tiene presupuesto más que suficiente para hacer lo que se debe. Limpiar los sumideros, por ejemplo.
Aunque el problema de esta gestión es que hace lo que no se debe hacer.
Un mono con navaja.
Ojala el país entero, pero por sobre todo, los vecinos de la Ciudad de Buenos Aires, anoten en algún lugar de la memoria el desastre que es la gestión macrista.
No hay un sector que se pueda exhibir como medianamente exitoso.
Las escuelas abandonadas, los hospitales abandonados, la seguridad y la intimidad ciudadana arrojada a las fauces de espías y represores, el tránsito más caótico que nunca ante el bombardeo sobre las calles.
Que las cacerolas que se escucharon en estas noches de hastío en los barrios porteños, repiquen contra una forma de gobernar que nos deja a la intemperie cada vez que cae un aguacero.
¿Se imaginan a Macri o algunos de sus socios, gobernando el país?
Ya vendrá el tiempo para reflexionar y enmendar con el voto popular el rumbo de la Reina del Plata.
Más temprano que tarde, sería bueno que la ciudad se identifique armónicamente con un modelo de nación y sociedad como el que hoy gobierna a todos los argentinos.

Jorge Giles. El Argentino. 21 de febrero de 2010

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