Con el
pronunciamiento público de la AMIA se derrumba definitivamente la mayor
operación de inteligencia política y mediática contra la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner.
El duro comunicado de la Mutual de la Comunidad judía dirigido
a las autoridades de la DAIA, exigiendo el retiro de la querella contra la ex
presidenta en la manoseada causa del Memorándum
de Entendimiento con Irán y el presunto encubrimiento del mayor atentado terrorista contra el edificio mutual,
viene a sumarse al retiro ya producido en la misma causa por la viuda del
fiscal Nisman, Sandra Arroyo Salgado.
La noticia no es para festejar, sino para reflexionar acerca
de la naturaleza del proceso abierto en la Argentina a partir del trágico
suicidio de Nisman: un proceso asentado en la mentira.
Los oscuros intereses mancomunados por la derecha local y
ciertos poderes internacionales usaron esa muerte para enlodar la figura de
Cristina y la del canciller Timerman. ¿Con qué interés? Con el interés de
derrotar en las urnas al gobierno nacional y a sus candidatos pocos meses
después. Y así sucedió.
Siempre supieron que el de Nisman fue el suicidio de un
hombre desesperado que había quedado solo y devastado al momento de ir al
Congreso a defender lo indefendible: la falsa acusación contra Cristina. Nisman
sabría, seguramente, que toda su acusación contra el gobierno de Cristina era
un disparate total en términos jurídicos y diplomáticos.
Siempre supieron que, acertados o equivocados, Cristina y
Timerman sólo buscaban pistas, datos, pruebas, declaraciones, que en el país o
en el exterior ayudaran honestamente a encontrar la verdad sobre el atentado y
juzgar definitivamente a los culpables directos e indirectos de aquella
verdadera masacre que conmovió para siempre al conjunto de la sociedad
argentina.
Siempre supieron que eran ellos los que mentían. Hablamos de
ellos todos: los que alentaban la querella, los que transformaron un suicidio
en un “asesinato”, los que se atrevieron a rebatir sin pudor alguno al director
general de la INTERPOL y al mismísimo Cuerpo Médico Forense de la Corte Suprema
de Justicia, los que operaron impúdicamente arrojando misiles mediáticos sobre
la cabeza de la gente. Que esos periodistas cómplices se hagan cargo de sus
mentiras ahora.
Esos tipos y esas tipas no tienen escrúpulos, no tienen
vergüenza, no tienen honor. Fueron capaces de usar un cadáver para guionar una
operación política. No usan las herramientas que da la democracia para dirimir
proyectos políticos diferentes. Mienten siempre. Mintieron en campaña y mienten
ahora cuando afirman desvergonzadamente que “este es el único camino”.
Por este camino ya perdimos en el 2018 más de 170.000
fuentes de trabajo. Por este camino aumentó la indigencia y la pobreza a
límites escandalosos para la condición humana. Por este camino todos los días cierran
comercios, talleres, fábricas, restaurantes, teatros, cines. Por este camino
cerrará el país entero si los argentinos no somos capaces de cambiar
drásticamente el rumbo en las calles y principalmente en los próximos comicios.
Hay que decirlo bien claro: esta operación que hoy se
derrumba fue la que provocó la muerte de Héctor Timerman. No olvidar, es un
deber. Esta operación causó la prisión y
el juicio a varios ex funcionarios y simpatizantes del gobierno anterior. Esta
operación asestó mediáticamente el golpe de efecto que posibilitó el gobierno
que hoy tenemos los argentinos.
Ninguna mentira debe quedar impune. Por eso es de esperar que
la justicia, más temprano que tarde, juzgue y
condene a los responsables de tamaña perversidad.
La memoria de Timerman y la memoria de las víctimas de los
atentados terroristas se lo merecen, en
primer lugar.
Y también se lo merece la vapuleada honorabilidad de
Cristina Fernández de Kirchner.
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